
La historia es inverosímil. « Un artista guatemalteco haciendo Street Art en las calles de Phnom Penh. » Podría ser el punto de partida para un ejercicio literario, en algún taller sobre realismo mágico impartido por un excéntrico escritor en México DF o Buenos Aires.
Pero aunque tenga bastantes ingredientes mágicos, este cuento también es real. Lo afirmo con tanta seguridad porque para cerciorarme, quise ver con mis propios ojos dicho fenómeno de sincretismo cultural concentrado en una persona.
Erick González y yo nos habíamos conocido años atrás, cuando, buscando un artista guatemalteco para exponer en La Cafeotheque, me topé con sus obras. Éstas me habían parecido atrevidas, muy gráficas y a veces un poco sombrías; con un mensaje fuerte y directo. En esa época, Erick acababa de descolgar una exposición en la sede de la UNESCO, y algunas obras se fueron directo a mi cafecito de la Rue de l’Hôtel de Ville. Desde el inicio me había sorprendido la gran humildad de Erick ante la vida: con su mirada, parecía siempre inquisitivo, como queriendo ir más allá de lo que todos aceptamos como incuestionable. Recuerdo que en aquella época yo estaba empezando mi tesis, y su visión sobre memoria histórica y arte contemporáneo en Guatemala que me compartió mientras colgábamos su exposición me volvía a la mente como un boomerang, varias veces a lo largo del proceso de reflexión y escritura. A pesar de vivir en Francia desde finales de los 90’s, Erick siempre supo dejar un pie en Guatemala; estaba constantemente al corriente de las últimas noticias políticas y culturales.
Así seguí siguiendo, de cerca o de lejos, su trayectoria de artista; y antes de que partiera para tierras orientales, le compré una obra que ha cobrado un significado fuerte en mi vida.
Unos meses después le pregunté: “¿Cómo te sientes en Camboya?” Su respuesta: “De este país no me saca ni la migra”.
Tenía que ir a ver a ese mi compatriota fenómeno. Aprovechando de una misión cafetera en el Vietnam vecino, y tras un pequeño desvío por los templos de Angkor Vat, tomé un autobús rumbo a la capital camboyana, Phnom Penh. Y allí, con 45ºC y una humedad que nos hacía dudar del límite entre nosotros y el medio ambiente (las gotas que caían de nuestra frente ¿habrán sido sudor o agua condensada en la atmósfera?); allí donde las motos pasan a toda velocidad y en un caos abrumador aunque aparente; allí donde la ciudad late al pulso de sus habitantes, donde las calles son un espectáculo de luz, sonido y olores… nos sentamos afuera, de noche, en una mesita de plástico, iluminados por un farol de neón. Saqué la grabadora y aquí empezamos:
CCM : Erick, cuéntame… ¿Cuál fue la revelación que te hizo tomar el camino del arte?
E.G: La revelación tiene nombre y apellido: Roberto Cabrera. Recién egresado de la universidad, seguí un taller de unos meses con los Maestros Efraín Recinos y Roberto Cabrera. Entre ambos fue el segundo quien me abrió los ojos. Para mí y a mi escala, eso fue como el efecto que hizo Duchamp en el arte moderno, un punto y aparte, una página que se volteaba. Yo ya creaba, pero de la manera más clásica: pintura, dibujo, etc.; pero en esos pocos meses cambió mi visión del arte y de mi precario trabajo. Creo que lo más importante fue cambiar mi foco de interés, dejar de representar mis cosas personales y centrarme en lo que pasaba afuera en ese tiempo y en ese espacio, la Guatemala de post guerra.
CCM : ¿Eso es para ti el arte contemporáneo ? ¿Qué papel desempeña, según tu, el arte en el mundo?
E.G: Yo creo que un artista refleja bien la sociedad en la que vive y en la que participa. Es a la vez actor y analista. Por supuesto, como cualquier persona, es parte de la sociedad, pero también, como un sociólogo, toma distancia para poder hablar de esa sociedad. Arte, sociología, antropología… todo eso está muy relacionado. Asimismo el artista no puede, según mi percepción, ser egocéntrico. Por supuesto, cada visión viene de un interior. Pero su mirada no está dirigida hacia dentro sino hacia fuera.
CCM: ¿Cuál es el papel del público entonces?
E.G: Lo que un artista contemporáneo crea no son trabajos digeridos o finalizados sino obras que dan inicio a otra cosa o a otra forma de ver las cosas. Lo interesante es lograr que el público participe en ese proceso, que no sea pasivo. De cierto modo el público finaliza la obra, la reinterpreta o le da otro sentido.
CCM: ¿En qué sentís que tu carrera de comunicólogo ha influenciado tu trabajo?
E.G: Yo creo que no hay una gran diferencia porque el arte actual está muy ligado al discurso que está en la obra. Digamos que en muchas obras actuales el interés no está en el objeto sino al discurso que lo acompaña y le da sentido, esto toca directamente la comunicación y la manera de argumentar un trabajo. El objeto de arte no vale tanto en sí por lo que es materialmente sino por su valor simbólico. Cómo dice una crítica famosa: “El arte es la fusión de la materia gris con la materia plástica”. O sea de los aspectos conceptuales y estéticos. Yo agregaría la dimensión sensorial o emocional.
CCM: Hablemos de tu experiencia en París ¿Cómo sentiste que la Ciudad Luz te recibía como artista guatemalteco?
E.G: Yo creo que no es fácil ser artista en ninguna parte del mundo. Pero como latinoamericano, como guatemalteco, tienes un toque tuyo que puede hacer una diferencia; porque solo tú puedes hablar de lo que has vivido en tu país; y al público eso le interesa. La legitimidad viene de cuando hablas de lo que conoces y no de otra cosa. Ser guatemalteco en París me abrió puertas. Uno de los saltos en mi carrera fue el Festival sobre la Diversidad Cultural de la UNESCO. Un país como Guatemala escasamente representado en la escena internacional del arte (y no por falta de buenos artistas sino más bien por problemas de difusión) tiene todo su lugar en un ámbito semejante; sobre todo porque hay poca gente que conoce Guatemala.
CCM: ¿Así que tú, en París, tomaste como tema de predilección tu guatemaltequidad?
E.G: Mmmm… no necesariamente. Yo siempre le he huido a los nacionalismos. Yo pienso muy poco en mi “nacionalidad” son los demás que me la recuerdan, a un artista no lo puedes categorizar sólo por su pasaporte. En realidad un artista, a través de sus obras, toca temas universales pero a menudo con ejemplos locales. En Francia, como Miguel Ángel Asturias, yo me enteré que era Guatemalteco, latinoamericano, maya… Yo quería hablar de cosas universales, pero me puse a crear tocando temas del drama guatemalteco … de la guerra, de la exclusión… desde mi propia vivencia como persona de barrios marginales… había algo que yo quería mostrar y que yo no quería que estuviera ligado necesariamente a Guatemala, aunque siempre, de alguna forma, Guatemala me alcanzaba porque la tengo adentro. Pero la intensión es que también resonaran esos temas en el público francés… porque aunque sean formas diferentes, los temas son universales.
CCM: Ya… ¿Tu diferencia se volvió una riqueza entonces? Dentro de ese mercado tan inmenso como dices, en ese mar de artistas y de instituciones culturales, ¿el ser guatemalteco te ayudó?
E.G: Eso me aportó una diferencia en la forma. Hay una estética latina y guatemalteca. Uno está marcado, indudablemente, por la estética que lo rodea. A mí me marcó Luis González Palma, Roberto Cabrera… dos grandes. Esas diferencias las notas afuera. En la forma, eres diferente; pero en el fondo… tu eres uno entre miles que han vivido la misma historia. Los temas son universales, lo que cambia es la forma de haberlos vivido y de representarlos, el contexto. Los Guatemaltecos tenemos una historia similar a la de tanta gente del mundo… como los Camboyanos por ejemplo.
CCM: Justamente, Camboya. ¿Cómo te percibes tú aquí, en comparación a París?
E.G: ¡Extranjero en ambos países claro! Pero yo siento más cercanía de corazón con Camboya que con Francia; aunque Francia es algo a lo que pertenezco también, el Occidente. Pero históricamente, nos parecemos con los camboyanos. Primero, por venir de una gran civilización. De nuestro lado los Mayas, de este lado los Khmers. Segundo, somos países del llamado “Tercer mundo”, con coincidencias en lo bueno y en lo malo: calidades humanas, como la amabilidad, la ligereza, esa forma de encontrarle más bien una solución al problema en vez de quejarse. También en la exclusión, las desigualdades. En tercer lugar, los genocidios del siglo XX, tanto en Camboya como en Guatemala, terriblemente sangrientos. Así que ambas, en la actualidad, son sociedades de postguerra que reconstruyen el tejido social, la psicología colectiva, que se reconstruyen como país, en sus infraestructuras, etc.
CCM: ¿Eso a ti te inspira en tu creación? Te pregunto porque aquí has desarrollado aún más tu expresión callejera. El arte urbano es una forma mucho más directa de acceder al público … en París tenías algunos mensajes, aquí tienes otros. ¿Qué mensajes quisieras trasmitir aquí?
E.G: El viaje en Camboya es como viajar en el tiempo. Yo siento que estoy viviendo de nuevo los primeros años de postguerra en Guatemala digamos (aunque aquí el conflicto terminó antes). Para mí, del 96 al 2006, fueron años muy ligeros en la ciudad. Era muy bonito, saber que ya había terminado la guerra, había esperanzas de que las cosas cambiaran. Yo aquí tengo la sensación de que ya viví esto. Quisiera avisar, prevenir, rogar que no cometan aquí los mismos errores. Como si fuera una segunda oportunidad de decir las cosas, como si lo que no pude decir en su tiempo en Guatemala por falta de experiencia, lo pudiera hacer acá. Quisiera decirles que tengan cuidado, que cuiden su cultura, su identidad, que no entren en la espiral de la violencia. Que no dejen que su riqueza cultural desaparezca con la “modernidad”. En la última exposición que hice, había una obra sonora llamada “Recuerdos Futuros”, en la que hago referencia a este momento histórico, porque siento que está ya pasando muy rápido. El registro sonoro que hice de la ciudad es como un testigo de la vida callejera que existe hoy en Phnom Penh (vendedores callejeros, reparadores, repartidores, la voz de la ciudad…) y que seguramente desaparecerá como también ocurre en Guatemala.
CCM: ¿Entonces estar aquí es para ti también regresar a los 20 años?
E.G. (se rie)… Si, también me da cierta conciencia de mis limitaciones. Cambiar de país es como reiniciar una carrera. Adaptarse a nuevos códigos, y crear otros. Es muy difícil entender realmente la cultura Khmer. Como artista acá me siento más seguro de lo que hago, como si mi carrera hubiera encontrado una síntesis aquí entre París y Guatemala. Pero al mismo tiempo descubro otra cultura, tan ajena.
CCM: ¿Y cómo sentís la recepción de tu arte por los Camboyanos?
E.G. Ellos están muy curiosos de ver lo que hacen los extranjeros. Si, ciertamente, la exposición de Bophana Center fue muy interesante. Aquí no están acostumbrados al arte conceptual. Para el público camboyano ver instalaciones y objetos… no es sencillo. Hay curiosidad ante la novedad; sobre todo en las nuevas generaciones. Por otro lado, en lo que concierne al Street Art, aquí hay muchas creencias. Por ejemplo, si uno pone un rostro en una pared, sienten que estás invocando a un espíritu y eso les da miedo. Tuve un problema con una obra que retomaba la imagen de una bailarina sagrada Apsara; yo presenté el proyecto donde multiplicaba la imagen como pétalos de rosa de tal manera que en un momento quedaba boca abajo. No la pude realizar en el festival Cambodia Urban Art 2016 porque las autoridades locales no aceptaron el proyecto, la razón es que un personaje sagrado no puede estar de cabeza. Así que hay códigos que aprender para poder expresarte libremente, pero los veo más como reglas de juego que como censura.
CCM: ¿Así que sientes que está cambiando?
E.G Si, empieza. Como en los años 90 en Guatemala, cuando nacieron los movimientos como la Casa Bizarra, escritores, artistas plásticos… Aquí lo estoy viviendo ahora.
Vacíos

Libro perforado y esfera transparente. 2011
“Yo quería representar en esta obra los vacíos de la historia, la información que se nos ha negado en la escuela, en los medios de comunicación, y hasta en la propia familia (sobre todo la historia reciente del conflicto armado). Borrar, eliminar, manipular, destruir la información, yo sólo hice como ellos han hecho siempre”
Forgive forget (Olvidar o perdonar, uno de los dos es falso)
Texto y espejo.
“Esta obra habla de la dificultad de conciliación en un periodo de post guerra. Perdonar u olvidar? esa es la pregunta”
Wrapped Buddha

“Este objeto es especialmente representativo -a mi parecer- de la actualidad de Cambodia y de otros paises de la región. El occidente irrumpe en forma de poderosos inversionistas y para mucha gente representa también un modelo de vida exitosa. La estatua de Buddha está recubierta de una T shirt de Mikey, imagen caricaturesca del occidente que invade la tradición y la identidad de algunos países vulnerables como Cambodia”
The red machine -La máquina roja-

“Esta es una foto compuesta por un objeto y una foto existente en el museo de Tuol Sleng (S21), antigua cárcel y centro de tortura del ejército Khmer Rojo. El objeto servía para posicionar bien a las víctimas y tomarlas en foto para estar seguro de no desperdiciar película fotográfica. Lo terrible es ver como este sistema perverso funcionaba como una maquina bien aceitada para responder a los intereses del Angka o régimen del dictador Pol Pot. Nada fue dejado al azar, todo estuvo calculado.”
Teoría de la relatividad o el peso de mi alma

Esfera de metal y cedazo 2016
“Este objeto, suspendido del techo, reacciona ante cualquier corriente de aire y gira en su propio eje, flota y se mueve modificando la percepción entre lo liviano y lo pesado.”
Yo quería representar el peso de la espiritualidad en la sociedad camboyana (90 por ciento de la población es budista) -necesaria a mi parecer para una reconciliación con su historia- y para ello creé esta imagen metafórica del alma, siempre tan liviana, casi imperceptible pero con un fuerte peso en nuestra vida cotidiana.
Aqui el collage que le ayudé a realizar en las calles de Phnom Penh