La Bienal Centroamericana 1: ¿Existe un arte Centroamericano?

Una lectura de la Décima Bienal de Centroamérica

Vivo en Paris desde ya dos tercios de mi vida, sin embargo Guatemala sigue habitándome. En cuanto el tiempo y el banco me lo permiten, regreso imantada por mis raíces, que con el paso del tiempo se vuelven cada vez más amplias: ahora las siento más al norte y más al sur que antes.

En mi sagrada y acelerada temporada en Guatemala este año pude rascar de mi tiempo apenas tres días, 72 horas para un peregrinaje a la Bienal Centroamericana. Hace dos años pude visitar la que se llevó a cabo en Guatemala y me prometí no dejar pasar la ocasión de tomar ese pulso del arte de la región mágica y turbulenta que me vió nacer y que me inspira hasta el otro lado del charco.

De La Aurora, tomo un vuelo con escala en San Salvador y me parece una señal para este artículo. En el Aeropuerto Monseñor Romero, bajan a los pasajeros del avión. Me da tiempo de comerme una pupusa que me sabe a gloria y de escuchar una versión más de nuestro variopinto español. Nos vuelven a subir para otra  hora y media más de vuelo.  En el avión se oyen los “mae”, los “mano” y los “majes”. Desde arriba se divisan como parches los campos de maíz, pueblitos, barrancos, montañas, ríos y volcanes, nubes oscuras y luego el “azul bandera” de ese cielo que tanto se añora cuando se está lejos.  Desde arriba no se ven las fronteras.

Versión 2

Recién salida del aeropuerto Juan Santamaría en San José Costa Rica, empiezo a sentir en mi piel una ceniza que va penetrando hasta en mi nariz, mi garganta, mis pupilas.  “El Turrialba” me dicen, entre dos tosidos señalando al Volcán que domina el paisaje. Veo la nube enorme, oscura y la lluvia de cenizas que fertiliza la tierra pero paraliza la ciudad. No podía haber soñado una bienvenida más explosiva.

En el bus que me lleva al centro, pienso en Centroamérica. Esa tierra puente entre dos continentes, entre dos océanos. Tierra joven, por su geología y su población. Tierra convulsa, por sus volcanes y sus políticos. ¿Qué más nos une?

Ciertamente han habido esfuerzos políticos para unificar, desde la Colonia hasta los procesos de Paz. Todos los 15 de septiembre desde hace 195 años, las antorchas siguen recorriendo el Istmo, festejando la misma Independencia desde Retalhuleu hasta Puerto Limón. Los quince años (1824-39) de la República Federal de Centroamérica fueron seguidos por los tres de la Confederación Centroamericana (que unía a El Salvador, Honduras y Nicaragua, de 1842 a 1845): ambas utopías que, sin embargo, llegaron a ser realidad. Los acuerdos de Esquipulas, firmados recién acabada la Guerra Fria, le mostraron al mundo que Centroamérica no necesitaba de ninguna potencia para tomar en mano su pacificación.

El Parlacen, el Consejo Monetario Centroamericano, la Corte Centroamericana de Justicia o la SIECA, son instituciones que nacieron en el siglo XX, nombres que harán sonreír a más de alguno pues han perdido credibilidad. Pero los cito por ser portadores, al menos en su concepto, de ese ideal que soñó un día Francisco Morazán.

La Bienal es otra de esas utopías, una que tiene el mérito de la continuidad y del crecimiento. La idea nació en los idealistas años 70’s, y aunque se quedó en desuso hasta la década de los 90, fue rescatada al despertar de las pesadillas.

En 1998, la Fundación Paiz organiza en el Centro Cultural Miguel Angel Asturias la 1ª Bienal de Pintura del Istmo Centroamericano. Esta idea habría nacido en un avión, donde dicen que dos grandes empresarios centroamericanos soñaron juntos con una unión mediante el arte. No sé si sea cierta la leyenda, pero me gusta: “desde arriba no se ven las fronteras”, insisto.

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Desde entonces, la cita artística se ha ganado el título de Bienal: los organizadores han logrado, en un milagroso trabajo de equipo, el reto de instituir una muestra de arte contemporáneo del Istmo que se realiza de forma rotativa en cada país de la región cada dos años. El anfitrión (Fundación Banco Promérica en Honduras, El Salvador, Nicaragua y Panamá, Empresarios por el Arte en Costa Rica, y Fundación Paiz para Guatemala) produce la Bienal que le toca, apoyado por un numero siempre creciente de patrocinadores. Generalmente cada país propone a seis artistas sobresalientes, sumando así 36 “embajadores” artísticos de la región. Las exposiciones son ideadas por un/a curador/a general. De “Bienal de Pintura” pasó a ser “Bienal de Artes Visuales del Istmo Centroamericano” (BAVIC), y este año se acortó a “Bienal Centroamericana”.

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Así llegamos a “La Décima”. Cojeando tal vez, con cambios, ajustes y opiniones diversas, pero los esfuerzos del pasado han dado sus frutos: diez ediciones de una bienal la hacen ya una institución respetable en el mundo. Para esta edición, la curadora cubana Tamara Díaz Bringas instauró un sistema diferente: nombró a un co-curador por cada país (Marlov Barrios para Guatemala), encargado de invitar a artistas compatriotas, descentralizando así las decisiones y fomentando espacios de encuentros.

“Bordados y desbordes” es la línea directriz de la Bienal, el hilo rojo desde que inició la reflexión. Bordados por los tejidos que se pueden entrelazar entre artistas y expresiones de la región, en la estética, en los procesos, en las temáticas.  Desbordes porque en Centroamérica no es válido encasillar nada, y menos el arte. Díaz Bringas afirma, en la entrevista publicada por la Revista “Gimnasia” en agosto de 2015, que esta bienal no se trata de realizar una selección a través de nombres y carreras; sino más bien indagar en los procesos de creación y en los contextos que los vieron nacer.

Para la curadora Cubana residente en España y Tica de corazón, el arte no se puede considerar fuera de su contexto, pues este adquiere su sentido desde los medios de producción, los espacios de difusión y los lugares de encuentro con el publico. La temática de esta bienal fue “Todas las Vidas”, como una invitación a la reflexión sobre las múltiples vidas posibles y reales en Centroamérica, y en el valor que se le da a cada una. Fueron este ano 58 los artistas y 12 los proyectos colectivos seleccionados, provenientes de Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica y Panamá. Vaya reto. “Un despelote”, dicen los organizadores mientras sonríen.

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Pasé dos días recorriendo las diferentes sedes, conociendo a artistas y organizadores, platicando con el curador costarricense Edgar León, leyendo, viendo y tomando notas mientras intentaba proteger mi cámara de las cenizas despiadadas.

No voy a proponer aquí un visita por todas las sedes. Tras el desmontaje de la Bienal a inicios de octubre, y ya de regreso a mi cotidiano parisino, más bien voy a tejer mi propio bordado de lo que vi, de lo que viví, de lo que me marcó.

Para tejer mi trama de “la Décima”, escogí estos hilos directores

  • Memoria histórica y subjetividad de la Historia
  • Mecanismos de poder en la sociedad
  • El ser humano ante la Naturaleza: la ilusiva dominación

Cinco hilos que iré desarrollando a lo largo de varias semanas, en esta mi columna de Nómada, tratando de tejer mi telar del arte actual en Centroamérica y tratar de contestar a mi pregunta: ¿Existe un arte centroamericano?

Escribo con la esperanza de que las obras sigan bordando en las mentes de mis lectores y, sobretodo, desbordando de ellas.

Published by ChristinaCM

Chapina parisina en busca de emociones culturales Viajante de lo inaudito Centraca en el alma En papel : licenciada en gestión cultural (Université La Sorbonne Nouvelle - París) y máster de Estudios Latinoamericanos (Instituto de Iberoamérica - Universidad de Salamanca - España). Actualmente: administradora para La Caféothèque - París Fundadora del colectivo de curaduría en cafés Coffeexhibits Fundadora y presidenta de la asociación ACÁ : Asociación Centroamericana en París

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