Muchas veces me preguntan: ¿hace cuanto vives en Francia? Y la respuesta siempre sorprende: “llevo aquí casi toda mi vida”. Llegué a París a los 9 años: más de dos tercios de mi tiempo en este mundo los he pasado “de este lado del Charco”; ese Charco que he tenido la inmensa dicha – y ahora que no se puede viajar, lo valoro aún más – de cruzar tantas veces. Mis raíces son transatlánticas.
Francia es parte de mí. De mis ADN – el genético y el cultural. Aquí aprendí a apreciar las humanidades: la belleza de una página bien escrita, el valor de la historia de un pueblo, la importancia del arte en la sociedad. Aquí aprendí a amar a la humanidad, en toda su diversidad. La enseñanza de un colegio público en una ciudad cosmopolita me confrontó a otras culturas, a otras religiones, a otras costumbres. Fue la escuela de la empatía.
A la vez que busqué adaptarme, fundirme en la masa, la adolescente desgarrada que fui sintió dolorosamente sus raíces secarse. Necesitaban que me ocupara de ellas, que las regara y las abonara con amor y dedicación. A los 17 años, decidí volver.
Fue un año de revelaciones. Escribí cientos de páginas, me leí todo Asturias, me planché el centro histórico que estaba, como yo, en plena ebullición. Un encuentro que dejó una huella indeleble en mí: la asociación Caja Lúdica, que desde un local del Edificio de Correos en la Zona 1 de la ciudad, gestaba comparsas en el espacio público, espectáculos mágicos que pintaban estrellas en los rostros de los transeúntes y despertaban consciencias. Trabajar de voluntaria a su lado me abrió a una nueva forma de entender la creación artística, y los procesos de co-creación.
Gracias a ellos elegí mi camino: estudié Gestión cultural en la Sorbonne, y un máster en Estudios latinoamericanos en la Universidad de Salamanca, en España. Mi tesina sobre Arte y memoria histórica en el postconflicto guatemalteco fue publicada en Francia, por las ediciones L’Harmattan.
Tuve experiencias laborales en el Centre Pompidou, en el Instituto Cultural de México; pero sobretodo he acompañado a la empresa familiar estos 10 últimos años. La Caféothèque – café, tostaduría, escuela de baristas – fue fundada en 2005, en un pequeño local frente a Notre Dame. Mi rol principal – a parte de los miles que presentan las PyMES – fue darle una dimensión cultural: allí organizamos exposiciones, conferencias, conciertos, performances, inspirados por el café. Siempre Guatemala ha tenido un lugar especial en la programación: el concierto de Gaby Moreno queda grabado en las memorias; la exposición de Lucía Morán Giracca; las que organizamos con el Taller Experimental de Gráfica (TEGG), con la Fototeca; la exposición de Sebastián Sarti, o la más reciente: Diario de un viaje a Guatemala de la artista francesa Mélanie Duflo, son algunos de los hitos en la historia del lugar. El café me sorprende siempre: está tan ligado a las artes visuales, a la literatura, a la filosofía, a las tertulias… ¡y a la ecología! cuando es de sombra y de altura, esa materia prima (la más bebida en el mundo) es una bendición para nuestros ecosistemas.
En 2017, CAFEOLOGIE, histoires et sensations fue publicado por las ediciones GRÜND: allí, mi mamá Gloria Montenegro y yo plasmamos, en texto e imágenes, las enseñanzas del café. Fueron meses de intensa investigación, de síntesis, de compartir, discutir, crecer juntas en el café; y en nuestra relación, también bi-nacional, bi-cultural.
En 2019, la asociación de porcelanistas Esprit Porcelaine me contrató para ayudarlos a organizar un evento inédito: Blanco & Fuego un festival de porcelana de Limoges en Guatemala. Fueron semanas intensas: 3 exposiciones (en Casa Mima, Alianza Francesa y Museo Ixchel), cursos con la Escuela Nacional de Artes Plásticas, performance, etc. También tuve el honor de ser curadora invitada por la Maison de l’Amérique latine en París, donde presenté el trabajo de Marlov Barrios, en la exposición MIMESIS: dibujos y esculturas, abrazados por un mural monumental que el maestro pintó de su trazo caligráfico directamente en los muros del centro cultural. Su destreza, su imaginario, la profundidad del mensaje, fue sensación en la Ciudad luz.
Con amigos de la comunidad centroamericana en Francia, fundamos hace unos años AcÁ – París, asociación sin ánimo de lucro para la promoción del arte de Centroamérica en Francia. Así hemos organizado lecturas dramatizadas, proyección de cortometrajes, conciertos, apoyo a artistas, ¡y muchas pupuseadas!
Mi sueño es seguir tejiendo un puente colgante por encima del Atlántico, presentando lo mejor que tenemos en Guatemala y Centroamérica ante el público europeo.